LAS VIDAS DE UN GATO - Cuento

 Esta es la historia de un gato que no recuerda si se encuentra en su sexta vida, o ésta ya es la última que le queda…

 En las calles oscuras del vecindario, sólo él sabía escabullirse sin encontrarse con las peligrosas pandillas que por estos días emergían. Conocía muy bien la ruta para esquivarlas. Pero esa noche era diferente a las otras. No recordaba que se cumplía el plazo que le había dado el jefe de una de las pandillas, para que le entregara el dinero del asalto que habían hecho a un supermercado, como venganza por lo que le habían hecho a él. Sin embargo, ni dinero ni recuerdos guardaba Mágul, quien tan sólo alardeaba de su afortunada existencia. Incluso, tampoco lo recuerdo bien, si fue su tercera o quinta vida, la que le arrebató la pandilla blanca aquella noche.

 

El sol intenso después de una noche de lluvia apareció fragante, mientras Mágul y otros cuantos bienaventurados tenían los pelos empapados de agua. Le despertó erizado lo que parecía una nueva lluvia causada por cientos de gatos sacudiéndose violentamente tratando de eliminar de su pellejo el agua que les calaba los huesos. Esto era nuevo para Mágul, quien no comprendía si era un sueño o el cielo de los gatos. ¡Es una nueva oportunidad! – le maulló un viejo amigo de su padre -. ¡Los humanos desearían tenerla, y tan sólo pueden inventarse nuevas oportunidades durante la única vida que tienen! Sin embargo, ¡también tenemos el deber de cuidar cada nueva vida! Y le sonrió, mientras se alejaba.

 

Mágul, había escuchado de las vidas de los gatos, pero creía que era fantasía de gatos, mitos que tenían de sus ancestros. Hasta que por primera vez experimentaba tal dicha, dicha como la de un recién perdonado, felicidad como la que viven los redimidos y los indultados. Trató de continuar su vida como la anterior, pero no pudo, porque sentía un impulso maravilloso de no desperdiciar cada minuto de su nueva vida para vivirla con toda intensidad. Comenzó a experimentar cuanta actividad extrema le proponían, al principio con un poco de temor y luego con un exceso de adrenalina.

 

Poco a poco fue perdiendo todos los miedos que lo llevaron alguna vez a psicoterapia, sintiéndose aliviado de lo que pudiera atarle. Esto sucedió en la primera semana, y en la segunda semana ingresó cuatro veces al hospital, porque excedía los límites de velocidad, conducía sin cinturón de seguridad, se lanzaba desde el balcón del tercer piso en lugar de bajar por las escaleras. Todo esto le divertía, porque sentía que había perdido el miedo. Miedo que parecía haberse trasladado a la existencia de sus amigos y familiares, quienes gritaban de pánico cada vez que Mágul exhibía sus proezas.

 

Conoció la vida al límite, y éste le llegó cuando aceptó ser lanzado en un proyectil navideño por los días de año nuevo. La mecha fue prendida, disparando aquel aparato entre luces y humo, con una velocidad que le llevó directo a la siguiente vida, puesto que no logró zafarse antes que éste explotara, iluminando el cielo con coloridos y seguidos estallidos.

 

El sol intentaba besar el chaparrón que destilaba de los cientos de gatos que cada mañana inauguraban algo más que un nuevo día. Entre ellos, Mágul, a diferencia de la vez anterior, saltaba de alegría, y a carcajadas les contaba a los otros gatos el desborde de emoción que había tenido en ese primer vuelo navideño, todavía le parecía ver las miles de chispas de colores y luego el estruendo. ¡Es una nueva oportunidad! – le maulló el mismo viejo amigo de su padre -. ¡Recuerda que tenemos el deber de cuidar cada nueva vida! Y otra vez, le sonrió, mientras se alejaba.

 

Tiene razón, ya tuve suficiente con ello – se dijo a sí mismo Mágul -. Sin embargo, la voluntad de Mágul no era tan firme como él solía creerlo. Aquella nueva mañana conoció muchos amigos, los cuales sólo pensaban en cómo disfrutar esta nueva vida, pues al fin y al cabo tenían muchas más. Fue así como Mágul cada noche estaba invitado a una fiesta diferente, conoció todos los estados de éxtasis posibles, probó de todo y mucho más. No hubo un día de la semana en que estuviese sobrio, bebía hasta el amanecer y dormía hasta la tarde. Y fueron unos meses más tarde cuando su organismo no resistió más, vomitaba y en cada expulsión sentía perder algo más que los ojos. Las drogas no le dejaban posibilidad alguna de recuperación y el alcohol había destruido por completo su hígado y páncreas, además, su estómago parecía un colador.

 

Tan sólo permaneció dos días en cuidados intensivos. Y cinco minutos con el nuevo toque del sol, para escuchar la voz del viejo amigo de su padre. Pero esta vez no lo vio por ningún lado, solamente escuchaba un susurro que le decía: ¡Es una nueva oportunidad! tienes el deber de cuidar cada nueva vida. Todos se iban, y mientras se alejaban, nadie le sonrió esta vez.

 

Cada vez que renacía, Mágul escuchaba la suave voz, y se proponía pasarla bien, aprovechar la vida y cuidarla. Pero aquello le duraba poco, puesto que como les dije hace un rato, la voluntad de Mágul no era tan firme como él creía. Así, este gato malgastaba una a una sus vidas, siempre creyendo en que le quedaban otras vidas aún.

 

Recuerdo cuando le gustaba entrar en la panadería de la esquina y asaltar los postres tibiecitos todavía en la lata de hornear. Algunas veces fue expulsado a escobillazos, pero la última vez lo esperaba la dueña de la panadería con el rifle de su difunto esposo.

 

En otra, fue contratado para eliminar roedores en un supermercado, cargo que aceptó con enorme responsabilidad, pero con el paso del tiempo, el sabor insípido de las pocas ratas que quedaban, le hizo despertar su debilidad, encontrándose Mágul en tremendos banquetes que se proporcionaba en las noches del supermercado, donde dejaba rezagos de quesos, sardinas, jamón y botellas de buenos vinos descorchadas como por expertos. Descartado el vigilante de ser culpado por dicho festín, fue despedido Mágul, aunque no le levantaron cargos. Sin embargo, en las noches Mágul se colaba por el techo continuando sus banquetes privados. La administración asumió el asunto como de roedores que habían vuelto en ausencia del gato, y para no repetir la experiencia con otros felinos, colocaron trampas con un veneno muy bueno recomendado por especialistas llamado: “La última cena”. Así, el último banquete, o mejor, la última cena de Mágul dejó con limpia conciencia a las pocas ratas que aún sobrevivían en el supermercado, las cuáles sí sabían reconocer las trampas de los especialistas. Por ello, Mágul juró vengarse del supermercado por aquella agonía inacabable que lo llevó a su siguiente vida.

 

Por otro lado, los besos del amor le llegaron muy temprano en la vida. Le acicalaron la existencia de tal manera que siempre repetía una y otra vez: “No importa cuántas veces mueras en el amor, porque te permite revivir de nuevo. El amor te toca los labios para que enmudezcas mientras te devora, dejándote intacto, pero siempre mejor.” Esta era su constante expresión que sostenía cualquier riesgo que pudiese correr, era su marca personal y su habilidad para enamorar. Por eso, muchas veces se salvó de chiripa, pues padres furibundos, hermanos rabiosos, novios celosos, y hasta esposos delirantes, buscaban la oportunidad de eliminarlo, y algunos de ellos lo lograron como en tres ocasiones.

 

No sé llevar bien la cuenta de cuántas vidas tiene un gato, algunos dicen que tienen siete, otros que tienen nueve, de todas formas es igual. Puesto que lo que desconocía Mágul, – y muchos de nosotros – es que por cada nueva vida, se pierde un poco de memoria cada vez, este es el precio de las vidas del gato. Por eso los gatos viejos no tienen memoria, no se acuerdan de nada ni de nadie. Algunos intentan dejar marcas en los árboles en la vida anterior para recordar cuántas vidas llevan consumidas o cuántas le quedan, pero luego, en la siguiente vida no recuerdan donde las ubicaron, cuál árbol era, y otros, encuentran árboles marcados, pero no saben si las marcas son suyas o las de otros, lo cual resulta peor.

 

Algunos gatos prefieren ignorar esto, y otros niegan su vulnerabilidad creyéndose inmortales, arriesgándose cada vez de manera aventurera, temeraria, impulsiva precipitada, tempestuosa e irresponsable. Pero, al final ya no pueden autoengañarse, porque todos escuchan la misma voz suave que les dice cada vez: ¡Es una nueva oportunidad! tienes el deber de cuidar cada nueva vida! Algunos reconocen al viejo amigo de sus padres que les sonríe mientras se aleja. Otros no. Así que, Mágul está en este dilema, como ha perdido la memoria, no recuerda si se encuentra en su sexta vida (u octava vida), o ésta ya es la última que le queda.

 

Entonces se dice a sí mismo: “¡Bienaventurados los humanos, porque sólo tienen una vida, y aunque deseen tener siete vidas como los gatos, tan sólo pueden inventarse nuevas oportunidades durante la única vida que tienen, aunque algunos pierden también la memoria, y no recuerdan si tienen o no vida aún!”.

 

 wilson Mape Vanegas

Agosto 2008

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